lunes, 22 de junio de 2015

Recuerdo de mis primeros años como adulta (20150622)

Hace muchos años, cuando era una total dependiente de mi miserable salario mínimo y mantenía un auto, a la mayor de mis hijas y pagaba mi casa, “hacía extras” los fines de semana como música y las cosas eran muy apretadas en cuanto a dinero.

A la Primera Dama del país se le ocurrió hacer un concierto para recaudar fondos para los programas sociales que llevaba a cabo, aparte de la discoteca “El Castillo” que funcionaba en parte de lo que hoy es el Teatro Nacional, que era la fuente de financiamiento perenne de tales menesteres y donde teníamos el contrato de amenización durante todos los fines de semana…

La noticia corrió como pólvora encendida entre toda la juventud, puesto que mediante sus influencias, logró que el concertista fuera el grupo de Carlos Santana…

¡Wau, Carlos Santana en concierto acá en Guatemala! ¡TENÍA QUE ASISTIR A COMO DIERA LUGAR…!

Por más que hice un plan de ahorro de combustible del auto y rogaba que nadie de mis dependientes económicos enfermara, todo pasó y de premio, hasta el auto se averió y tuve que repararlo, pero yo quería ir, como joven que era todavía, como música y porque me lo había prometido a mí misma, pero llegado el día no tenía nada de efectivo en el bolsillo para pagar mi entrada. La situación se tornaba completamente “cuesta arriba” y tomé la determinación de ir a intentar “entrar de colada” (evadiendo el pago del aforo respectivo)…

Me hice presente y vi que la Guardia Presidencial había montado un dispositivo tal, que era en vano intentar de ingresar sin hacer el pago respectivo.

Estando en las afueras del estadio y a punto de prorrumpir en llanto, escuché claramente una prueba de sonido que hacían en el interior del estadio, mis deseos de llorar desaparecieron y me apresuré a buscar un lugar cómodo en las afueras del estadio para escuchar, puesto que ver a los músicos no me interesaba sino solamente su música.

Habiendo logrado mi objetivo de quedar aparcada en las afueras del estadio, doblé la butaca hacia atrás y me dispuse a escuchar, mientras observaba la humareda blanca de marihuana se elevaba al cielo, iluminada por los potentes reflectores de la instalación.

Al final del concierto y plena por haber logrado mi objetivo, retorné a casa regodeándome por aquello que consideraba un triunfo, puesto que escuché todo el concierto y no había pagado admisión.

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