Flores (20170203)
Siendo niña jugábamos a hacer
comida con los pétalos y hojas de las plantas del jardín que había en casa. En
que había algunos árboles que eventualmente, proporcionaban frutas, que
realmente eran comestibles, así que “el menú” podía variar… a veces eran
nísperos, a veces granos de granada, y contadas veces suculentas naranjas.
Con el paso del tiempo y las
necesidades de un mayor espacio de vivienda, el primer árbol en ser extirpado y
destruido el arriate que lo contenía fue el nisperal, posteriormente el
naranjal enfermó y se secó. Muchos años después le tocó la enfermedad al árbol
de granada, y aquellos espacios fueron ocupados por geranios, rosales y lirios.
Estas flores proveyeron sus
pétalos y hojas para el juego de “comidita”, como solíamos llamarle, hasta que
fuimos creciendo y hubo que aprender a cocinar en serio con la guía de mamá.
Al llegar a la adolescencia
veíamos como nuestro padre le llevaba eventualmente flores a mamá y la ilusión
que ella sentía al recibir tales demostraciones de cariño de nuestro padre, lo
cual nos fue ilusionando conforme crecimos.
Ya siendo señoritas, no faltaron
los pretendientes que nos obsequiaron
flores y pudimos experimentar la ilusión y sentimiento que seguramente
experimentó mamá.
Durante las ceremonias de
matrimonio de todos los hermanos –ya que fuimos cinco- no faltaron nuevamente
las flores como decoración y como centros de mesa.
Llegado mi momento, también fui
obsequiada con flores y viví con intensidad una hermosa ilusión y, cada vez que
las recibía sentía que casi flotaba en el aire.
Pero poco a poco, aquellas
flores que me acompañaron desde niña durante toda mi vida fueron desapareciendo
de mi existir, juntamente con el surgimiento de las canas en mi cabeza y las arrugas
en mi rostro.
Sé que algún día no lejano
recibiré muchas flores y me uniré con ellas en el destino común de morir, luego
de haber jugado con ellas y sentir el efecto soporífero del amor y la ilusión
que un día llenó mi ser.
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