martes, 31 de enero de 2017

Réquiem para "un grande" (20170131)

ORIFICIO

Réquiem para “un grande”    (20170131)

Jolie Totò Ryzanek Voldan


Allá por el año 1962 iniciaba mis estudios secundarios en un colegio de efímera existencia llamado “Liceo Pedro Pablo Valdez”, nombre del que nunca supe el por qué, ya que no me llamó la atención para nada desde el principio, y sin saber siquiera la razón de llamar a una institución con el nombre de un perfecto desconocido para mí.

El tal liceo, ocupaba un caserón antañón ya medio remozado, del Centro Histórico de la ciudad de Guatemala; que como toda casa construida a inicios del siglo XX, las habitaciones ocupaban desde el frente hasta el fondo, y todas tenían sus puertas y ventanas hacia el corredor común, que las separaba del patio. Los servicios sanitarios estaban ubicados al final del patio trasero, y separados de él, por una especie de verja de unos tres metros de altitud, hecha de delgadas reglas de madera de una pulgada de ancho y clavadas a manera de una red de pescar…

Coincidentemente, lo que me llamó la atención poderosamente, fue el hecho que la pared posterior del plantel lindaba con la pared posterior del edificio donde laboraba por las tardes mi padre, personaje que amaba entrañablemente y quien dedicó toda su vida a la docencia secundaria que yo apenas iniciaba.

Mi formación primaria la había completado al cuidado de una gran maestra que incluso, me regaló mi primer libro formal, titulado 20,000 leguas de viaje submarino, de Julio Verne, para que lo leyera y me acordara de ella… ¡Vaya que aún me recuerdo de doña Estella Barrera de Lemus! Una maestra “de las de antes” que no solo me exigía mucho (la recuerdo por ello), sino me brindaba todo tipo de cariños, para estimular mi deseo de aprender más, al detectar mis inquietudes críticas e investigativas innatas.

Pues bien, en el tal liceo, hubo algunos maestros que no se presentaron a trabajar ese primer día de clases y nos otorgaron un largo recreo en que me aburrí al no poseer amigos y empecé a fraguar mi plan de escape de aquella tortura (para mí), puesto que la enorme puerta de la casa permanecía cerrada con un enorme aldabón y un gran candado…

Vigilé detenidamente los movimientos de todos y decidí escapar por el techo, hacia el edificio donde mi padre laboraba por las tardes y que conocía al dedillo, por haber pasado gran parte del tiempo de vacaciones anterior curioseando en su interior.
Y me fugué escalando por aquella endeble reja de madera del fondo y caminé sobre las láminas del techo hacia aquel edificio en que me colaría por una ventana sin vidrios situada en el tercer piso, y desde allí saltaría a un patio secundario situado en el segundo piso y de ahí a la calle al otro lado de la cuadra…

De los riesgos que corrí ni me pregunten, porque no los tuve en consideración, puesto que yo lo que no soportaba era la sensación de sentirme preso en contra de mi voluntad, y deseaba ir a visitar a mi papá, quien laboraba por las mañanas a dos cuadras de mi cárcel… Así que hui yendo en pos de mis deseos. Al llegar, pregunté por mi padre al portero del Instituto Nacional Central para Varones, quien me dijo que “ya había salido, pero que siempre pasaba a beber café en la cafetería de enfrente, situada a un costado del edificio del Congreso”.

Al llegar a aquella cafetería de no más de cuatro metros de ancho (aunque usted no lo crea) encontré a mi papá tal como lo dijo el portero, bebiendo café y charlando con otro señor, a quien me presentó muy orgulloso, y me dijo que “su amigo era sociólogo, que eran las personas que estudiaban la sociedad, y que me sentara con ellos hasta que terminaran de hablar”, aquella persona me tendió la mano y me dijo: “mucho gusto, me llamo Carlos Guzmán Böckler” y luego de acariciar mi cabeza con su otra mano mientras estrechaba la mía, se sentó y continuaron charlando con mi padre, mientras yo embobada les escuchaba y anotaba todas las palabras que no entendía en un cuaderno.

Ninguno me hizo pregunta alguna ni me dijo absolutamente nada y solo miraban mi afán para apuntar, por lo que noté que adrede, decían despacio las palabras de su charla, como dándome tiempo para que escribiera… ¡Vaya que eran grandes los maestros del entonces!

Al llegar a casa, me dirigí directamente a la biblioteca y me puse a buscar las palabras que no había entendido en un diccionario, las que no encontré, le pregunté el significado a mi padre, quien me tomó de la mano y me llevó de regreso a la biblioteca de casa y me entregó dos libros, un diccionario filosófico y una sociología y me dijo: “acá los encontrarás, y si quieres leer más me avisas, para que te dé más qué leer”… Aquel año lo reprobé por ausencias, porque raras veces fui al colegio, ya que me iba a la Biblioteca Nacional a leer libros de sociología y filosofía.

Cinco años después culminé mi educación secundaria en otro plantel educativo (de donde no me fugué) e ingresé por primera vez a la universidad a estudiar el llamado “Ciclo de Estudios Básico”, donde entre otras materias estudié Sociología I y Sociología II, y obtuve la máxima calificación en ambas, mi maestro fue el Doctor en Sociología, Carlos Guzmán Böckler, aquel amigo de mi padre que conocí cuando me había fugado del colegio y ellos bebían café…

Descanse En Paz el gran maestro Dr. Carlos Guzmán Böckler.

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