domingo, 7 de marzo de 2021

El viejo arcabuz (Cuento corto) (20210307)

 El viejo arcabuz                        (20210307)

(Cuento corto)

 

Jolie Totò Ryzanek Voldan

 

Pendiendo de unos ganchos empotrados al centro de la pared principal de la sala de la casa del abuelo estaba un viejo arcabuz.

Aquella vieja arma de guerra mostraba aún las huellas de sangre convertida en óxido en una enorme bayoneta calada en la punta de su cañón que daban pie a que el abuelo principiara a contar sus ya conocidas y fantásticas historias de guerras pasadas que eran el embeleso de sus nietos e hijos del pueblo aquel olvidado en algún remoto paraje de la geografía del país.

Cierto día que dispuse ir a visitarle con mis hijos durante las vacaciones, debí instruir previamente a mis hijos para que cuando el abuelo (mi padre) les contara sus historias de guerra, las dieran por verídicas, porque era lo que agradaba al abuelo… ¡Vaya!, me dije, ¡un padre enseñando a sus hijos a mentir!, pero en fin, ¡era para agradar a un viejo militar de línea (es decir sin estudios y ascendido por antigüedad)! cuyo único mundo había sido su militancia en un ejército que nunca libró batalla alguna, pero le proveyó un salario para criar y cuidar de su familia.

Cuando llegamos finalmente a su casa, una empleada nos esperaba en la puerta y nos ayudó con el acarreo de nuestro equipaje, hacia la habitación que ocuparíamos durante aquella visita, no sin antes indicarnos dónde se ubicaba el baño y el servicio sanitario y que serviría el desayuno a las 0700 horas, el almuerzo a las 1,200, y la cena a las 1700, pero que teniendo en cuenta que “veníamos de lejos”, había avisado en su casa que ese día volvería tarde… así todas “militarezcas” fueron sus indicaciones, he de confesar que tuve que hacer verdaderos esfuerzos para no reírme de ella en su presencia, mientras que mis hijos se quedaban anonadados ante semejante lenguaje, pero en cuanto se retiró no me contuve más y solté una sonora carcajada que me regresó a aquella dulce época de mi niñez en casa de militar.

El más pequeño de mis hijos dijo: “¡peor si nos va a poner a marchar de madrugada!” y todos reímos a más no poder.

Con tal antecedente de bienvenida, apresuré a mis hijos a “hacer solo lo indispensable”, para cumplir con el horario establecido por la doméstica, que llamamos entre nosotros “La sargento” desde aquel momento, pudiera marcharse a su casa; por lo que solo acomodamos las maletas en la estancia y nos fuimos a asear un poco antes de presentarnos a cenar al comedor.

La cena fue servida por La sargento puntualmente, y luego del largo viaje desde la capital hasta aquel remoto paraje, todo mundo estaba cabeceando de sueño al final de ella, por lo que mandé a los niños a dormir, mientras yo entregaba una ayuda monetaria a mi padre para sufragar los gastos que nuestra estancia ocasionara. Él se negó inicialmente a recibirla, pero yo le expliqué que no es lo mismo el gasto de la casa cuando están presentes más personas, indicándole que si no llegara a ser suficiente, que me pidiera más, pues yo ya lo había previsto. Él me dijo: “lo recibo, porque desde hace muchos años no me aumentan la pensión en el ejército y todo ha subido de precio por acá”, luego, le di las buenas noches y me retiré a acomodar a los niños en la habitación, pues como buen padre soltero por viudez debía hacerlo. Él con un gesto raro en la cara me dijo: “eso es oficio de mujeres”, a lo que repliqué que no se trataba de meter a cualquiera en tu vida ni en la de tus hijos, pero que lo tendría presente.

Levantarse al día siguiente a las seis de la mañana fue la consigna que propuse a todos antes de dormir, para no hacer enojar a La sargento desde la mañana, y desayunar con el horario que ella había impuesto en la casa, mientras nuestros ojos se cerraban lentamente en aquella oscura noche sin luna.

 

II

A las cinco de la mañana La sargento tocó a nuestra puerta indicando que ya nos podíamos levantar a bañar, porque el alambique de la estufa de leña ya había calentado y que había agua caliente para todos… ¡Vaya grata sorpresa! En una casa enclavada en la cima de una elevada montaña ubicada en un lugar de clima frío por su elevación respecto del nivel del mar.

Así que uno a uno, fuimos desfilando al baño y luego a vestirnos, para estar en el comedor a la hora de desayunar.

La sargento, queriendo lucir sus dotes culinarias había preparado un verdadero banquete para todos, pues nos sirvió un plato de avena, luego un pedazo de pollo cocido bañado con salsa de tomate y un poco de arroz, y como postre (¡por dios!) un plato con frijoles parados, crema de vaca y un plátano frito para cada uno… ¡Ninguno fuimos capaces de comer tanto en el desayuno!, pero el abuelo y ella sí. Y mientras no encontrábamos que hacer con tanta comida, el abuelo inició una de sus historias diciendo a sus nietos que el arcabuz que estaba en la pared de la sala había sido de su abuelo, es decir del tatarabuelo de mis hijos y que adrede no había limpiado la sangre de la bayoneta en su cañón, para que todo mundo supiera que esa arma era una auténtica arma de guerra utilizada muchísimo tiempo atrás durante la guerra que el país sostuvo contra una ejército que quiso un día invadir el suelo patrio… Todos dejamos de intentar comer más para poner atención a la historia que iniciaba, y porque ya ninguno apetecía comer por estar más que satisfechos con lo ingerido hasta ese momento salvador de inicio de la historia del abuelo.

 

III

Contó que durante aquellos años posteriores a la independencia hubo muchas guerras, pues algunos querían que Centroamérica permaneciera unida como una nación, pero que no querían que la capital estuviera en Guatemala, otros que la defendían como estaba y otros tantos que deseaban que cada país se separara de la unión y en fin unos seguían a unos y otros a otros y era una guerra casi de “todos contra todos” y, en todas las batallas que se dieron, su abuelo había participado como buen militar que era, y que por sus acciones heróicas había sido ascendido hasta el rango de Capitán de uno de los ejércitos de un tal general Carrera que defendía lo que más tarde sería lo que hoy conocemos como República de Guatemala.

Todos exclamamos ¡OH!, interrumpiendo su relato.

Él sabiendo que había capturado nuestra atención, le dijo a La sargento que podía retirar los platos de comida, porque ya estaba fría seguramente y que diera de comer a los cerdos los desperdicios, lo que la doméstica hizo con gran presteza y continuó con el oficio de la casa.

El abuelo retomó su relato diciendo a mis hijos: “estoy seguro que su papá nunca les ha contado nada de esto, porque yo lo mandé a estudiar a la capital para que tuviera un grado militar, no de línea como mi abuelo, mi padre y yo, sino uno de verdad de los que tienen los verdaderos oficiales estudiados, pero el muy ingrato no quiso estudiar para militar y se metió a estudiar otra cosa”.

El más inquieto de todos mis hijos le preguntó entonces ¿Y eso qué tiene de malo?, El abuelo frunció el ceño y transigió diciendo: “pues nada, solo que por tradición familiar, yo quería que fuera militar…” y continuó diciendo: “pero déjenme que le cuente que ese arcabuz que está en la sala fue el que acabó con la vida de un enemigo que se logró colar en nuestras filas para matar al general Carrera, quien de no ser por muerto por mi abuelo, ¡hubiera matado a nuestro caudillo!

Hubo un nuevo ¡OH! de todos.

Esta acción de combate fue la que le llevó a que el propio general Carrera lo nombrara en ese momento Capitán de su ejército.

Todos hasta aplaudimos el relato del abuelo, quien ya a sus anchas añadió: “y por eso le regaló el arma con que había dado muerte al enemigo patrio. Por eso es que es una verdadera reliquia familiar y tiene su lugar especial en esta casa”.

Hubo nuevos aplausos de mis hijos.

 

IV

Los días pasaron escuchando sus historias de guerras y luchas y debimos planificar nuestro regreso antes de la Navidad de aquel último año que le vi, pero que estoy seguro que él recordará como los mejores de su vida, pues le permitieron inventar sus cuentos de guerra a sus nietos, pues los pocos días que nos quedamos en casa eran de sentarnos en torno al viejo abuelo a escuchar sus historias “sacadas de la manga”, pues yo bien recuerdo cuando llegó a nuestra puerta un mercader a vender el famoso arcabuz que el abuelo después dijo que fue de su abuelo, y que fue el arma con que fue muerto el enemigo y por eso él la presumía ante todos como “reliquia familiar de guerra”.

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