El viejo arcabuz (20210307)
(Cuento
corto)
Jolie Totò Ryzanek Voldan
Pendiendo de unos ganchos empotrados al
centro de la pared principal de la sala de la casa del abuelo estaba un viejo
arcabuz.
Aquella vieja arma de guerra mostraba aún
las huellas de sangre convertida en óxido en una enorme bayoneta calada en la
punta de su cañón que daban pie a que el abuelo principiara a contar sus ya
conocidas y fantásticas historias de guerras pasadas que eran el embeleso de sus
nietos e hijos del pueblo aquel olvidado en algún remoto paraje de la geografía
del país.
Cierto día que dispuse ir a visitarle con
mis hijos durante las vacaciones, debí instruir previamente a mis hijos para
que cuando el abuelo (mi padre) les contara sus historias de guerra, las dieran
por verídicas, porque era lo que agradaba al abuelo… ¡Vaya!, me dije, ¡un padre
enseñando a sus hijos a mentir!, pero en fin, ¡era para agradar a un viejo
militar de línea (es decir sin estudios y ascendido por antigüedad)! cuyo único
mundo había sido su militancia en un ejército que nunca libró batalla alguna,
pero le proveyó un salario para criar y cuidar de su familia.
Cuando llegamos finalmente a su casa, una
empleada nos esperaba en la puerta y nos ayudó con el acarreo de nuestro
equipaje, hacia la habitación que ocuparíamos durante aquella visita, no sin
antes indicarnos dónde se ubicaba el baño y el servicio sanitario y que
serviría el desayuno a las 0700 horas, el almuerzo a las 1,200, y la cena a las
1700, pero que teniendo en cuenta que “veníamos de lejos”, había avisado en su
casa que ese día volvería tarde… así todas “militarezcas” fueron sus
indicaciones, he de confesar que tuve que hacer verdaderos esfuerzos para no
reírme de ella en su presencia, mientras que mis hijos se quedaban anonadados
ante semejante lenguaje, pero en cuanto se retiró no me contuve más y solté una
sonora carcajada que me regresó a aquella dulce época de mi niñez en casa de
militar.
El más pequeño de mis hijos dijo: “¡peor
si nos va a poner a marchar de madrugada!” y todos reímos a más no poder.
Con tal antecedente de bienvenida,
apresuré a mis hijos a “hacer solo lo indispensable”, para cumplir con el
horario establecido por la doméstica, que llamamos entre nosotros “La sargento”
desde aquel momento, pudiera marcharse a su casa; por lo que solo acomodamos
las maletas en la estancia y nos fuimos a asear un poco antes de presentarnos a
cenar al comedor.
La cena fue servida por La sargento
puntualmente, y luego del largo viaje desde la capital hasta aquel remoto
paraje, todo mundo estaba cabeceando de sueño al final de ella, por lo que mandé
a los niños a dormir, mientras yo entregaba una ayuda monetaria a mi padre para
sufragar los gastos que nuestra estancia ocasionara. Él se negó inicialmente a
recibirla, pero yo le expliqué que no es lo mismo el gasto de la casa cuando
están presentes más personas, indicándole que si no llegara a ser suficiente,
que me pidiera más, pues yo ya lo había previsto. Él me dijo: “lo recibo,
porque desde hace muchos años no me aumentan la pensión en el ejército y todo
ha subido de precio por acá”, luego, le di las buenas noches y me retiré a
acomodar a los niños en la habitación, pues como buen padre soltero por viudez debía
hacerlo. Él con un gesto raro en la cara me dijo: “eso es oficio de mujeres”, a
lo que repliqué que no se trataba de meter a cualquiera en tu vida ni en la de
tus hijos, pero que lo tendría presente.
Levantarse al día siguiente a las seis de
la mañana fue la consigna que propuse a todos antes de dormir, para no hacer
enojar a La sargento desde la mañana, y desayunar con el horario que ella había
impuesto en la casa, mientras nuestros ojos se cerraban lentamente en aquella oscura
noche sin luna.
II
A las cinco de la mañana La sargento tocó
a nuestra puerta indicando que ya nos podíamos levantar a bañar, porque el
alambique de la estufa de leña ya había calentado y que había agua caliente
para todos… ¡Vaya grata sorpresa! En una casa enclavada en la cima de una
elevada montaña ubicada en un lugar de clima frío por su elevación respecto del
nivel del mar.
Así que uno a uno, fuimos desfilando al
baño y luego a vestirnos, para estar en el comedor a la hora de desayunar.
La sargento, queriendo lucir sus dotes
culinarias había preparado un verdadero banquete para todos, pues nos sirvió un
plato de avena, luego un pedazo de pollo cocido bañado con salsa de tomate y un
poco de arroz, y como postre (¡por dios!) un plato con frijoles parados, crema
de vaca y un plátano frito para cada uno… ¡Ninguno fuimos capaces de comer
tanto en el desayuno!, pero el abuelo y ella sí. Y mientras no encontrábamos
que hacer con tanta comida, el abuelo inició una de sus historias diciendo a
sus nietos que el arcabuz que estaba en la pared de la sala había sido de su
abuelo, es decir del tatarabuelo de mis hijos y que adrede no había limpiado la
sangre de la bayoneta en su cañón, para que todo mundo supiera que esa arma era
una auténtica arma de guerra utilizada muchísimo tiempo atrás durante la guerra
que el país sostuvo contra una ejército que quiso un día invadir el suelo
patrio… Todos dejamos de intentar comer más para poner atención a la historia
que iniciaba, y porque ya ninguno apetecía comer por estar más que satisfechos
con lo ingerido hasta ese momento salvador de inicio de la historia del abuelo.
III
Contó que durante aquellos años posteriores
a la independencia hubo muchas guerras, pues algunos querían que Centroamérica
permaneciera unida como una nación, pero que no querían que la capital
estuviera en Guatemala, otros que la defendían como estaba y otros tantos que
deseaban que cada país se separara de la unión y en fin unos seguían a unos y
otros a otros y era una guerra casi de “todos contra todos” y, en todas las
batallas que se dieron, su abuelo había participado como buen militar que era,
y que por sus acciones heróicas había sido ascendido hasta el rango de Capitán
de uno de los ejércitos de un tal general Carrera que defendía lo que más tarde
sería lo que hoy conocemos como República de Guatemala.
Todos exclamamos ¡OH!, interrumpiendo su
relato.
Él sabiendo que había capturado nuestra
atención, le dijo a La sargento que podía retirar los platos de comida, porque
ya estaba fría seguramente y que diera de comer a los cerdos los desperdicios,
lo que la doméstica hizo con gran presteza y continuó con el oficio de la casa.
El abuelo retomó su relato diciendo a mis
hijos: “estoy seguro que su papá nunca les ha contado nada de esto, porque yo
lo mandé a estudiar a la capital para que tuviera un grado militar, no de línea
como mi abuelo, mi padre y yo, sino uno de verdad de los que tienen los verdaderos
oficiales estudiados, pero el muy ingrato no quiso estudiar para militar y se
metió a estudiar otra cosa”.
El más inquieto de todos mis hijos le
preguntó entonces ¿Y eso qué tiene de malo?, El abuelo frunció el ceño y
transigió diciendo: “pues nada, solo que por tradición familiar, yo quería que
fuera militar…” y continuó diciendo: “pero déjenme que le cuente que ese
arcabuz que está en la sala fue el que acabó con la vida de un enemigo que se
logró colar en nuestras filas para matar al general Carrera, quien de no ser
por muerto por mi abuelo, ¡hubiera matado a nuestro caudillo!
Hubo un nuevo ¡OH! de todos.
Esta acción de combate fue la que le
llevó a que el propio general Carrera lo nombrara en ese momento Capitán de su
ejército.
Todos hasta aplaudimos el relato del
abuelo, quien ya a sus anchas añadió: “y por eso le regaló el arma con que
había dado muerte al enemigo patrio. Por eso es que es una verdadera reliquia
familiar y tiene su lugar especial en esta casa”.
Hubo nuevos aplausos de mis hijos.
IV
Los días pasaron escuchando sus historias
de guerras y luchas y debimos planificar nuestro regreso antes de la Navidad de
aquel último año que le vi, pero que estoy seguro que él recordará como los
mejores de su vida, pues le permitieron inventar sus cuentos de guerra a sus
nietos, pues los pocos días que nos quedamos en casa eran de sentarnos en torno
al viejo abuelo a escuchar sus historias “sacadas de la manga”, pues yo bien
recuerdo cuando llegó a nuestra puerta un mercader a vender el famoso arcabuz
que el abuelo después dijo que fue de su abuelo, y que fue el arma con que fue
muerto el enemigo y por eso él la presumía ante todos como “reliquia familiar
de guerra”.
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