jueves, 16 de marzo de 2017

El salto (cuento) (20170316)



El salto  (cuento)       (20170316)


Aquellos dos compadres lo eran porque uno había sido “hijo de crianza” de la mamá de uno de ellos y crecieron como hermanos sin serlo, consanguíneamente hablando.

Conforme pasó el tiempo y crecieron, el hijo de crianza solicitó al “hijo legítimo” que bautizara a uno de sus hijos, ya que era la única manera que él podía sentirse unido al primero por algún lazo familiar que fomentara de alguna manera, la hermandad entre ellos, lo cual ocurrió.

Cierto día, el compadre con mayor solvencia económica fue a casa del otro compadre, para proponerle que entre ambos compraran una finca rural que estaba dividida por un camino real, y que una fracción menor de ella quedaba de un lado del camino y que por ella pasaba el río, mientras que la parte mayor no tenía acceso a río alguno y él quería ser ganadero para tener algo seguro para su vejez…

El compadre pobre pensó también que ya pronto llegaría el tiempo de jubilarse de su empleo estatal y no había previsto nada diferente a algunos ahorros para su vejez, y se entusiasmó con la idea de poder iniciar una pequeña granja, por lo que empezaron a hacer planes para la adquisición de la finca entre ambos compadres, con la salvedad que el más pudiente ocuparía la parte grande de la finca, a cambio que el compadre menos favorecido le diera agua del río para su ganado mediante una bomba que instalarían en la propiedad pequeña y que la derivación de la tubería que surtiría del vital líquido a la propiedad pequeña, sería financiada por el compadre menos favorecido.

Hechos todos los arreglos del caso, procedieron a la compra de la finca y cada cual se dedicó a lo propio, solo que el astuto compadre pobre se hizo amigo del ingeniero que llegó para hacer el trazo de la tubería, para que el ramaje pasara lo más cercano posible de donde él planeaba construir su casa patronal, para evitar el pago de una larga conexión de agua, lo cual ocurrió.

Los años pasaron y cada compadre fue prosperando en su finca, uno con un hato de reses cada vez más numeroso, y una gran cuadrilla de vaqueros y sus monturas para el cuido de las reses. El otro, con sus cerdos, gallinas, un pequeño sembradillo de naranjales y unos cuantos caballitos para ir al pueblo con la familia cuando fuera necesario.

Cierto día el compadre acomodado dispuso comprar un garañón para mejorar la raza de caballos de su cuadrilla, y lograr una buena montura para sí mismo, además de hacer negocio en la región con los saltos de yeguas que hiciera el garañón.

Así que cuando recién lo llevaron a su finca, mandó a llamar a su compadre, para mostrar su adquisición y de paso, que el garañón saltara a la yegua del compadre por un precio simbólico, en señal de amistad y hermandad.

Llegó el compadre menos favorecido montando la yegua de media sangre que tenía y que casualmente estaba en celo, la desensillaron y la metieron a un pequeño corral a la par de la inmensa casa patronal del compadre pudiente, para que pudieran ver la monta de la yegua por aquel hermoso alazán inglés pura sangre recién llegado.

Los mozos cumplieron las órdenes del patrón, mientras que el garañón al ventear (provincialismo campesino que significa oler en el viento), empezó a patear la jaula de madera que lo contenía y a relinchar casi enloquecido, mientras que la yegua del compadre pobre, que nunca había sido saltada, se tornó sumamente nerviosa e inquieta dentro del pequeño corral preparado para el narcisista espectáculo por el compadre rico, y buscaba afanosa la manera de escapar de aquel reducto…

Los mozos, acarrearon la jaula del garañón a la puerta del corral y, conforme la acercaban, la yegua se ponía peor por las coces del garañón contra la jaula y sus relinchos.

La jaula empezó a ceder a las coces de la bestia y la yegua buscaba ya desesperada la manera de huir de su encierro y, al momento que el garañón destrozó su jaula, la yegua tomó impulso y saltó hacia fuera del corral emprendiendo una frenética huida, mientras el garañón iba en su persecución por aquel inmenso potrero colindante.

Emocionado el compadre rico ordenó a sus mozos que le dieran dos monturas, una para él y otra para el compadre, “porque esto no se lo perderían por nada del mundo”. Ambos emocionados montaron y salieron al galope detrás de los dos primeros animales, y llegaron al momento en que el brilloso alazán había arrinconado a la yegua en un vértice del potrero y luego de un par de mordiscos para someterla la montó.

Los compadres dieron entonces la vuelta a sus monturas para volver, mientras comentaban entre sí todo tipo de visiones de aquella pequeña aventura vivida, el compadre pudiente presumía de la vitalidad de su garañón de sangre pura y pedigrí, y el compadre menos favorecido comentaba de la belleza de aquella montura.

Embobados en su charla iban rumbo a la casa, cuando el garañón venteó una nueva yegua en brama (época de celo) y fue al galope guiado por su instinto de macho en pos de ella para montarla también…

Los compadres se percataron de la acción del animal demasiado tarde, pues de un salto aquel garañón montó a la yegua que montaba su dueño, cayendo con todo su peso sobre él, mientras la mansa yegua se dejaba montar por aquel hermoso animal…

Mientras, el otro compadre solo atinó a bajarse de su montura y correr por sus propios medios a encerrarse en la casa patronal. Los vaqueros ya experimentados en esas lides, con reatas (lazos hechos de cuero) capturaron al bruto entre varios hasta inmovilizarlo y las mujeres corrieron a socorrer a su patrón, quien yacía sobre el pasto de aquel potrero, y solo alcanzó a decir: “que el compadre pague el salto a la comadre”, y expiró.

Jolie Totò Ryzanek Voldan.

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