Alondra (20181105)
(cuento corto)
Apenas empezaba a clarear el nuevo día, cuando el campesino abrió los ojos extrañando el canto de aquella alondra que con su trino, le despertaba todos los días, se incorporó de su humilde lecho, tomó su sombrero de petate y salió hacia el árbol donde año con año anidaba aquella ave que le despertaba por las mañanas... al no poder ver nada en el nido, dispuso trepar al árbol para verificar si el ave había muerto o estaba enferma, encontrando el nido vacío y frío... el ave había abandonado el nido y él se sentó a horcajadas en la rama para recordar el canto de aquella alondra que había partido.
En aquel sublime momento estaba cuando el olor a hierba quemada y humo le fueron perceptibles, e incorporándose en aquella rama, pudo ver como el origen del humo se movía en dirección hacia él y su humilde vivienda.
No lo pensó dos veces, de un par de saltos bajó de aquel punto y, estando ya en tierra, se dirigió a su casita a cavar un agujero donde depositó y cubrió nuevamente sus pocas herramientas y semillas para la siembra, tomó los pocos alimentos que tenía, y los envolvió en la cobija con que se había tapado la noche anterior, tomó su azadón y machete y se fue al final de la pequeña pradera, allá donde estaba el río que, una vez vadeado, se puso afanosamente a "desenmontar" (guatemaltequismo que significa: "podar al ras") y construyó un pequeño refugio donde apenas cabían sus cosas y él.
El día fue muy largo y pesado por el humo del pasto que ardía al otro lado de aquella vertiente que le servía de barrera hasta que cayó la noche, cuya oscuridad se veía retada por los esqueletos lejanos de algunos árboles en llamas y el rojo en el piso del pasto que aún ardía, pero sabiéndose a salvo, poco a poco se fue quedando dormido.
Al día siguiente, tuvo ante sus ojos aquella pequeña pradera al otro lado del río: negra y humeante, como quien se encuentra completamente de luto y llorando tras la pérdida de todo lo querido y recordado...
Dispuso entonces, esperar otro día a que el suelo se hubiese apagado y enfriado, antes de ir a verificar lo que ya sabía: "que al otro lado ya no quedaban nada más que ruinas y que había perdido toda su cosecha", y con llanto en los ojos se volvió a dormir hasta el día siguiente.
Aún estaba oscuro cuando abrió nuevamente sus ojos y vió que ya no había humo saliendo del suelo ni señales de fuego o brasas en el suelo, por lo que dispuso vadear nuevamente el río, para ir a ver lo que quedara de su casa y recuperar sus herramientas y semillas, para empezar nuevamente a hacerlo todo.
Cuando llegó a las ruinas humeantes de su casa pensó que lo primero que debía hacer era el techo de paja de la misma, para tener donde cobijarse él y sus pocas cosas, se sentía positivo en medio de aquella desgracia, porque el tiempo que le llevara hacer de nuevo el techo, ya lo tenía ganado con el "desenmontado" de su terreno de siembra, por lo que trepó a lo que quedaba de las paredes de su casa para terminar de quitar aquellos humeantes trozos de las vigas y tendales del techo, dándose cuenta que no todos se habían quemado totalmente, por lo que dispuso conservar algunos.
Uno a uno fue derribando los pedazos de lo inservible y respetando los que mantendría en su sitio. Nuevamente, bajó a retirar aquellos pedazos aún humeantes, cuando uno de los pocos que consevaría no resistió estar sin soporte y se desplomó sobre él... el impacto fue por demás desastrozo, pues una de sus puntas se clavó en su espalda, tumbándole de bruces contra aquel piso ennegrecido por el reciente incendio...
El campesino gritó de dolor por el impacto, mientras que al caer contra el piso, aquella enorme estaca se clavaba más profundamente en su espalda. Así, tumbado de bruces contra el piso y con una viga clavada en su espalda, aquel hombre solo alcanzó a escuchar aquello que tanto recordaba: el canto de la alondra que posada en un vértice de la pared volvió tan solo para cantar su despedida.
Jolie Totò Ryzanek Voldan.
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