Un inicio,
quizá un final
(parte 3)
Los intereses…
Luego de un
delicioso almuerzo, abordamos el auto y enfilamos al supermercado buscando un
parqueo para minusválidos, que aprovechamos para quedar más cerca de la puerta
y que, dada mi parcial minusvalía nos queda de maravillas… Lo encontramos y nos
dedicamos a terminar de fumar nuestros cigarrillos, mientras cada cual revisaba
mentalmente, qué era lo que debía comprar, para no olvidar algo importante y
pasar necesidades posteriormente en casa.
Mi room-mate es
de origen catalán, es adicto a observar el futbol por la computadora y un
perdido aficionado del equipo de su tierra natal, tanto así que, recientemente dispuso
comprar una computadora con un montón de especificaciones que yo no entiendo
del todo o, mejor dicho, “nada”, tan solo para poder observar “en tiempo real y
sin interrupciones” lo que acontece en un campo situado a miles de kilómetros
de distancia… y durante cada transmisión es todo un espectáculo, pues señala airadamente
todo aquello que el árbitro no pita, afirma o descalifica lo que dicen los
locutores y añade algún dato que omitieron, mientras observa la pantalla y cada
uno de los movimientos de los equipos; intenta describir qué tipo de
planteamiento presenta cada equipo y, un montón de cosas que denotan su interés
por el deporte que tanto le apasiona…
A nuestro ingreso
al supermercado, nos encontramos (como siempre) una sección dedicada a la venta
de tecnología, electrodomésticos y línea blanca y desde nuestra anterior visita
anda insistiendo en que quiere una pantalla más grande para ver los partidos de
futbol en su computadora… se detiene en la sección de televisores de pantalla
plana y empieza a describir la historia de ese tipo de pantallas, mencionando que
inicialmente eran con una tecnología y ahora con otra que permite una mejor
resolución, y mil cosas más que pacientemente escucho intentando “ponerme un
poco al día” en cuanto a conocimientos tecnológicos y que él obviamente domina
mucho mejor que yo, le digo que vea lo que quiere, mientras me siento en un par
de tarimas vacías que algún dependiente olvidó en el pasillo y que me proveen
un sitio relativamente cómodo para descansar mis viejas piernas…
Casi a la par del
sitio donde me encuentro esperando exhiben una percoladora de café y abordo
verbalmente a una demostradora-vendedora del aparato, quien me intentaba vender
alguno de esos productos que, aunque me hacen falta en casa, no me son
indispensables, pero como sí conozco algo de catación de café, derivé la
conversación hacia ese punto, mientras el hombre seguía revisando cajas de
televisores y leyendo las especificaciones de cada empaque y comentándome que
este tiene no sé cuánto de resolución y vale no sé cuánto, y el otro de tal o
cual marca es más grande y tiene mayor resolución, etc. y se percata que mi
interlocutora tiene una bonita silueta, además de una presencia agradable, por
lo que apresura su decisión y me pregunta: “¿Cuál nos llevamos, esta que tiene
tantas pulgadas y tal resolución o esta que es más grande y posee esta otra
resolución?” y, le respondo: “eres tú quien la pagará, así que compra lo que te
guste, porque al final es tu gusto y no el mío”, se envalentona y toma una de
las cajas y la acerca a la carreta de compras, yo la recibo y acomodo en la
parte inferior de ella, mientras como buen conquistador inicia la charla con la
demostradora-vendedora que al ver que ha comprado un enorme televisor se
empieza a derretir en conversar con él, en vano intento de vender el producto
que promociona o quizá a ella misma, puesto que ya le ha quedado claro que no
somos pareja, sino solamente amigos.
Iniciamos el
recorrido habitual por los pasillos del supermercado y cada impulsadora que nos
veía (como no pasamos desapercibidos en parte alguna, él por su estatura, su
calva, coleta y vocerrón con acento marcadamente catalán y yo que me esmero en
vestir siempre elegante, sin ser ostentosa ni recargada), observaba que en la
parte inferior de la carreta llevaba una enorme pantalla plana que sobresalía
como una cuarta (un palmo) en la parte frontal de la carreta, además de cargar
en la parte superior mis pocas compras y el montón de “cosas raras” que no
cualquiera compra (porque este singular personaje es un excelente cocinero)
como espárragos, latas de anchoas, fideos (pasta) color negro (spaghetti al nero di sepia), latas de
mejillones, y varias botellas de vinos y licores, no dudaban en acercársenos a
ofrecer degustaciones de los productos que impulsaban, y por qué no decirlo a
coquetear con mi room-mate, quien ni lento ni perezoso se puso a conversar con
cada una de ellas… mientras yo me esforzaba por no reír delante de la cara de todos al observar los disímiles
intereses de cada cual…
Llegamos
finalmente a la caja, mientras en los pasillos todas las impulsadoras
cuchicheaban entre sí y nos lanzaban miradas fugaces que decían mucho solamente
con su manera de mirar…
La cajera resultó
ser de reciente ingreso e inició el marcaje respectivo de aquella cantidad de
productos que abarrotaba la cinta corrediza previa y no daba crédito a lo que
le estaba sucediendo, pero continuó, hasta que algo pasó y tuvo que llegar a
auxiliarla la jefe de cajas, quien igualmente permaneció a su par, al
percatarse del volumen y costo de todo cuanto nos llevaríamos, pero los ojos se
les desorbitaron a las dos, cuando al final de aquel gran listado de compras,
Antonio tomó el televisor y lo subió a la cinta para que lo marcara la máquina,
lo que obligó a la cajera a terminar una cuenta y decir que el televisor lo
tenía que marcar por separado y requerir el monto de la compra previa (que por
cierto fue elevado) se le canceló en efectivo y luego marcó el televisor… se
nos quedó viendo como quien pretende no olvidar unos rostros y nos ayudó a
empacar en bolsas aquella enorme compra, que esta vez casi llenó la parte
superior de la carreta y coloqué el televisor encima de todo.
Mientras mi amigo
guardaba su cartera y doblaba aquel largo tiquete de compra, caminamos hacia la
salida, donde un guardia de seguridad nos detuvo, para pedir el comprobante de
compra del televisor, que Antonio extrajo de uno de sus bolsillos y mostró, el
policía lo tomó y apuntó en un tablero todos los datos que había en él, se
dirigió a una especie de cubículo a sellarlo y nos lo devolvió con aquella
expresión de quien hace lo que sea, para demostrar que él es la “autoridad” y
no se impresiona con nada… Ja, ja, ja, ja.
Jolie Totò
Ryzanek Voldan.
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