Viernes (20161104)
Tenía algunos años de acariciar un sueño que no había podido
concretar por diversas razones: por falta de dinero, de tiempo, pero sobre todo
por la falta de una cómplice que tuviera los conocimientos necesarios, para que
juntas pudiésemos llevarlo a cabo.
Los años pasaron hasta que finalmente pude “tener todos los
ases en la mano”, para concretar aquel mi acariciado sueño. Así que planifiqué
la reunión con quien sería mi cómplice y me dispuse ilusionada, a llevarlo a la
práctica.
Teniendo en cuenta que vivo algo retirado de la capital, me
levanté fuera de mi horario habitual, para poder estar puntualmente y no hacer
esperar, ya que lo considero una falta completa a los buenos modales y respeto
de una misma por la palabra empeñada.
Subí a mi auto lo que debía llevar para aprovechar el viaje
a la metrópoli, y hacer lo más posible en el viaje.
El trayecto iba de maravillas, con una fluidez inusual del
tráfico que a esa hora suele ser pesado; hasta que como 800 metros adelante del
final de la larga cuesta de Villalobos y sin llegar a la parte alta del
viaducto conocido como Cruce a CENMA, mi infalible auto “dejó de funcionar”
súbitamente y sin haber presentado señal previa de algún desperfecto,
simplemente “se apagó”, y pese a mis reiterados intentos por volver a ponerlo
en marcha, simplemente, no arrancó…
Han de imaginar a todo esto, “el cuello de botella” que tal
situación provocó en uno de los principales accesos a la ciudad… ¡era, con mi
auto, la protagonista de algo que afectaba a muchísimas personas!, que como
buenos guatemaltecos iban “con el tiempo medido” o atrasados hacia sus quehaceres
diarios…
Finalmente, aparecieron dos agentes de tránsito y al verme
que parada en la parte posterior de mi auto hacía señas a los conductores que
circulaban por aquella arteria de tres carriles de ancho y mi auto tapaba el central,
que me dijeron que irían a la parte baja del viaducto a detener el tráfico,
mientras yo ponía mi auto en neutro y me dejaba deslizar por la pendiente hacia
un carril auxiliar, yendo de retroceso y sin frenos, pues estos no funcionan
cuando el motor no está en marcha, así que contaba solamente con la ayuda del
freno de mano, pero ¡lo hice a la perfección!, ya que al primer intento, quedé
perfectamente parqueada incluso, sin obstaculizar el carril auxiliar. Me
felicité a mí misma por la serenidad que tuve para realizar la inusual maniobra,
guiándome tan solo por los espejos retrovisores laterales, puesto que el
plástico que debiera funcionar como ventanilla central del auto, está tan opaco
por acción del sol, que ya solamente sirve para que entre algo de luz al
interior del habitáculo…
Ya en un sitio seguro y sin provocar molestias a los demás,
procedí a llamar por teléfono a mi mecánico, quien me dijo que no me podía
ayudar porque estaba trabajando otro auto en una finca situada al occidente del
país, pero que llevara el auto a la casa donde habito, y él me lo revisaría al
día siguiente…Yo me dije para mis adentros, ¡vaya mala suerte la mía!, así que
llamé a un servicio de grúa para que fuera por mí y el auto y nos llevara de
regreso al punto de partida…
No me gustaba la idea de salir “a nada” y tener que pagar un
largo trayecto en grúa, por lo que cuando esta llegó, le pregunté si conocía a
algún mecánico con conocimientos de electricidad automotriz de su confianza,
porque estaba segura que el fallo de mi auto era eléctrico… el tipo se me quedó
viendo anonadado por mi afirmación tan segura, y me dijo que sí, solo que “cobraba
caro, pero era muy bueno, ya que era quien le veía sus vehículos”. Yo le dije
que me llevase con mi auto hacia allí, por lo que procedió a operar los mandos
de la grúa (que era tipo camión), para subir mi auto e iniciar el viaje hacia
el taller.
Cuando llegamos al punto, me recomendó con el
electromecánico y procedimos a la maniobra de bajar mi auto para que fuera
revisado por el conocedor, lo cual hizo,
y finalmente, llegó a descubrir una segunda caja de fusibles situada ¡debajo
del tablero del auto!, en que uno de los fusibles instalados hacía “falso
contacto” (como producto de una reparación anterior mal hecha), por lo cual se
reemplazó y el auto arrancó como siempre, al primer intento.
Una vez solventado el problema, procedí a reubicar telefónicamente
mi itinerario y me dirigí al punto de reunión con mi cómplice, para empezar a
dar forma a mi añejo sueño.
Laboramos desde las 11:15 horas, hasta las 16:15, cuando caímos
en cuenta que no lograríamos terminarlo, por lo que nos pusimos a buscar una
fecha que pudiésemos ambas, para concluir o dejarlo nuevamente para una tercera
fecha, puesto que se nos hizo patente la certeza del viejo refrán que reza: “una
cosa es verla venir y otra distinta es torearla”, ya que posee algunos
vericuetos que ambas no habíamos considerado.
Luego de despedirme, abordé nuevamente el auto para atravesar
transversalmente la ciudad e ir a entregar una mercadería que había prometido
llevar a otra amiga, quien me ayudará a venderla, lo cual me lanzó otra hora y
media al fragor del tránsito de esa hora, pero una vez más ¡lo hice
exitosamente!
Teniendo en cuenta que ya estaba en plena “hora pico” del
tráfico vespertino, coordiné telefónicamente mi llegada a la casa de mi mejor
amigo, para devolver un trasto de su propiedad que me había prestado
anteriormente, y que ya que venía a la ciudad aprovecharía el viaje para tal
menester y saludarle.
Esta vez, tuve que introducirme al tráfico denso y feroz
vespertino de la metrópoli, para atravesarla diagonalmente y llegar a mi
destino, lo cual logré luego de otra hora y media de esfuerzo.
La alegría de mi amigo al verme, me fue más que evidente y
dispuse “auto-invitarme” a charlar y beber café (cosas que hace una cuando se
tiene la confianza suficiente con la otra persona), así que empecé por contarle
de mi proyecto y cómo iba su desarrollo, y terminamos charlando de todo un
poco, compartiendo nuestros asombros ante los acontecimientos del mundo, en una
especie de resumen noticioso.
Luego de declinar ante mi amigo su invitación a quedarme a
dormir en el cuarto de huéspedes que posee en su casa, me despedí e inicié el
viaje de retorno a casa… ¡otras dos horas de manejar en un tráfico vehicular
espantoso!, llegando cansadísima a mi destino.
Cené y me acosté a dormir rendida y con la sensación
corporal que se experimenta cuando una ha sido apaleada envuelta en un colchón
(que te duele todo), verifiqué que no sonara el despertador, pero la necesidad
de ir al baño y el amor que siento por mi perro Pecas, me hicieron levantarme a
cumplir con mi necesidad y a alimentar a quien considero “mi hijo”.
Este ajetreado viernes ha tenido secuelas posteriores,
puesto que hoy prácticamente no he hecho nada distinto a comer y dormir, a no
ser por mi necesidad de cumplir con mi palabra de contarles mi vivencia de
ayer.
Jolie Totò Ryzanek Voldan.