ORIFICIO:
Crónica de una muerte
Jolie Totò Ryzanek Voldan
De hace días he venido sobrellevando el deseo de mi propio
encuentro con quienes me precedieron… es una sensación parecida a no sé qué, y la necesidad de escribirlo
me surge para acallar mi sed de llevarla a cabo por mano propia, inmediatamente.
Quizá sea una tontería plasmarlo por escrito –pensaba–,
pero el ímpetu de hacerlo pudo más, y mientras más lo meditaba, más vueltas me
daba en la cabeza el deseo de iniciarlo. ¡Así que lo hice! –me dijo para ocultar el sentimiento y la dicha de
estar compartiéndome una parte de su vida mientras escribía–.
Vaya idea la mía de apartarme de todo, porque ahora, más
que antes, no tengo nada mejor que compartir aparte del sentimiento depresivo
que me ha provocado el hambre que siento: Mi profunda decepción por la estéril
prédica de misericordia entre hermanos de aquel único hombre-dios, que quedó en
parábolas y hoy es una utopía que nadie practica… ¡Estoy completamente
furibundo contra vosotros!: los que oyen, entienden y, de manera cínica, ¡no lo
practican!
Es la tal utopía la que me tiene sumido en esta desesperanza,
con esta gana de no hacer algo diferente… antes de morir –meditó en un
momento de pobre lucidez– y… al momento sus dedos pulsaron de manera casi
refleja el teclado para contar sus cuitas, mientras las lágrimas rodaban en
veloz carrera hacia el piso inerme, que impasible aguardaba por ellas, era el
principio de un final anticipado, eran el anticipo del cuerpo que pronto
recibiría… puesto que cuanto más escribía, más lloraba y el ánimo de lucha por
la vida le abandonaba de manera inexorable.
Aquel
guiñapo de ser dejó de sentirse paulatinamente pusilánime, y a medida que
escribía le invadía una extraña valentía que le empujaba a terminar con todo ¡de
una vez por todas!
Con
su último hálito de cordura se dijo: “Si realmente deseas matarte, bueno sería que
explicases por qué lo haces, ya que luego surgen situaciones que no has
contemplado para cuando ya hayas muerto y, al final, puede no hayas resuelto nada”…
tomó el arma electa y… lloró amargamente sobre ella hasta que el cansancio y el
sueño le vencieron aquella oscura noche…
Cuando
llegó la aurora del nuevo día le envolvió con su abrazo y entonces vio que era
un cuerpo sin alma… ¡dejó de escribir!
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