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ORIFICIO
Nacer es empezar a morir
Jolie Totò Ryzanek Voldan
Conforme
avanza el tiempo y nuestra vida, más tarde o más temprano, vamos dimensionando
de diferentes maneras la aseveración que titula el presente, surgiéndonos
inquietudes existenciales, en cuanto a que la hora del fin de nuestra
existencia, se acerca inexorablemente.
Lo
anterior desata consecuentemente muchas posiciones y los más disímiles puntos
de vista que, para efectos del presente, dividiremos en dos grandes grupos para
describir su contenido esencial, y nos adentremos “un poco” en su conocimiento
y en las consecuencias existenciales que generan, pretendiendo con lo anterior,
ayudar de mejor manera –en el mejor de los casos- a otros, o sostener y
fomentar un crítico y sano razonamiento de altura.
Inicialmente
pensaremos en aquellos que afirman –con bases o sin ellas- (los ateos y los
seguidores de algunas religiones orientales) que no existe algo o nada más allá
de la existencia terrena.
Estas
personas -al igual que todos en el mundo- poseen con dicha manera de pensar
ventajas y desventajas, que describiremos a continuación:
Como
poseen la concepción que no hay nada o algo después de la muerte, se ocupan tan
solo, de las cosas de este mundo, puesto que no existe nada fuera de él;
consecuentemente se dan dos maneras de enfrentar la vida, -aunque generalmente
una mezcla de ambas-.
Hay
quienes toman la vida que poseen para “hacer el bién a su mejor entender”, y
los hay otros, que toman la vida para hacer “cuanto les venga en gana”, ya que
después de esta vida no hay algo o nada que les pueda censurar o premiar por
aquello que hicieron durante ella ¡con todo cuanto la aseveración implica!, generándose
finalmente un inmenso vacío existencial.
Pero
también habemos otros (yo me incluyo en ellos) que, creemos que hay algo y
alguien después de la muerte, que nos censurará y/o nos premiará por nuestro
actuar en esta vida terrena.
Derivando
en “un temor de Dios” (por decirlo de alguna manera) que intento compartir,
siempre bajo la premisa que debe ser visto como resultado de profundas
deliberaciones existenciales y que, finalmente, sirven para moldear
pensamientos y acciones de la vida terrena.
Ciertamente
los americanos que heredamos de los conquistadores españoles una herencia
católica y, por desinformación, negligencia o una mezcla de ambas, no nos hemos
actualizado en cuanto a nuestras creencias. Tomamos una posición displicente en
cuanto a que “ya ha sido dicho todo y no hay nada que cambiar”.
Lo cual es una verdad a medias, por cuanto si todo en este mundo –creado por
Dios- evoluciona, la religión no es la excepción, por situarse dentro del mismo
contexto evolutivo en que Dios nos situó.
“Los
conservadores religiosos” afirman que, deberíamos “conservar la fe y las
costumbres”, tal y como nos fueron transmitidas por nuestros ancestros de
siglos pasados... ¿en qué época nos desean situar?, para que de esa forma, nos
conduzcamos como individuos y como sociedad, ¿acaso no es cierto que la mayoría
de las sectas protestantes nos desearían situar en el contexto de la sociedad
judía descrita en el Antiguo Testamento de la Biblia?... ¿acaso no es cierto,
también, que para la mayoría de creyentes católicos “conservadores”, deberíamos
retornar a la época del monacato y vivir en monasterios “alejados de las
tentaciones del mundo y de la carne”, saliendo tan solo a “mezclarnos con la
muchedumbre” cuando saquemos alguna imagen en procesión como “penitencia”, “para
demostrar nuestra fe” y finalmente para demostrar que somos más numerosos que
los “infieles”?... ¡vaya, vaya, como que las creencias aprendidas tienen algo
malo!, ¿o no?
Lo
que es real, es que la mayoría de americanos, nos confesamos “cristianos” y por
ende “decimos” creer en Cristo y su Evangelio (Buena Nueva)... y ¿qué Buena
Nueva es esa de vivir en otro tipo de época y sociedad que nos impide
acercarnos cada vez más a Dios?, ¿cómo es posible que haya quienes deseen vivir
torturados o alejados de sus congéneres y las necesidades de ellos, para
“demostrarle” a Dios que son pecadores e imperfectos?... ¿se equivocaría Dios
al habernos hecho así de pecadores e imperfectos?, o ¿seremos nosotros quienes
no hemos terminado de “entender” el significado correcto de “la creación, la
misericordia y la resurrección”?
Por
todo lo anterior, hemos de concluir que ciertamente Dios “no se equivocó” al
hacernos imperfectos, sino que antes bién nos hizo de esa manera, con el
objetivo claro que empleáramos la libertad misma con que nos dotó igualmente,
en beneficio de nuestra propia superación, ¡como grupo y no solamente como
individuos aislados los unos de los otros!
Para
ello nos dotó de un cerebro con la capacidad de pensar y razonar en los demás
antes que en nosotros mismos, por cuanto en caso contrario, es más que seguro
que la creación de Dios, hace tiempo que ya no existiría, precisamente cuando
hubiese muerto el último que hubiese sobrevivido, individualmente, ¡por
anteponerse a los demás!
Adicionalmente,
“el temor de Dios” no consiste en “tenerle miedo”, antes bien es respeto
amoroso –porque Él nos ha amado siempre-, tanto así que “envió a su hijo
unigénito a nosotros para nuestra salvación”; porque ese mismo Hijo
unigénito “no vino a abolir la ley, sino a perfeccionarla y llevarla a su
plenitud”, porque nos enseñó que “vino a este mundo para que tuviésemos
vida y vida en abundancia”, porque prometió “estar con nosotros hasta la
consumación de los tiempos”, porque “no es a nosotros quienes nos
corresponde conocer los tiempos del Padre” y porque finalmente, seremos
juzgados “por nuestras obras y no por nuestra fe”.
Todo
lo cual nos brinda una cátedra de amor y de esperanza para esta vida y para
cuando estemos en el siguiente eslabón de la cadena que Él concibió para todos
y cada uno de nosotros. Consecuentemente, NO DEBEMOS temerle a la muerte, ya
que sabemos que estaremos en ese instante, “un poco más cerca” de Dios, de lo
que estamos ahora.
Lo
único que debemos hacer mientras tanto es ser sembradores de esa esperanza, mediante
el amor, hecho obras, “a nuestros prójimos como a nosotros mismos”...
Después ¡estaremos en la eternidad!
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