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ORIFICIO.
Buscando justicia
Jolie Totò Ryzanek Voldan.
Cavilando en torno del actuar inherente a la mayoría
de la población, fui llamado a la reflexión...
Pese a que el sistema comunista “desapareció”, ha
dejado al mundo la concepción de: negar la existencia de Dios.
Aunando lo anterior a la corriente de pensamiento
capitalista -en la cual lo preponderante son los bienes de capital y las
posesiones materiales- nos hemos situado en un actuar colectivo, que con el
paso los años, ha generado una serie de deformaciones mentales colectivas.
Hoy en día la vida se concibe
en términos de una “carrera frenética por obtener bienes de capital”.
El caso es que, como quiera que se analice el asunto, se
ha perdido parcial o totalmente el original “espíritu de sobrevivencia
colectiva”, siendo sustituido por el “espíritu de sobrevivencia individual”.
Al estilo de la “ley del mejor dotado” que impera en la jungla y en
consecuencia los “animales civilizados”, nos hemos ido olvidando cada vez más
de la sobrevivencia colectiva; porque lo que se persigue es: adquirir la
mayor cantidad de bienes de capital ¡sin importar a costa de que, ni de
cuantos! (Con la consecuente lucha entre congéneres, pomposamente denominada:
“competencia”).
Obteniéndose como producto algunas personas exitosas,
que cegadas por su posición económica, “pretenden comprar la voluntad” del Dios
que se han formado para si, y no la del que realmente existe y que fuera enviado
hacia los pobres y excluidos de la “batalla por el capital” (recuerde la
parábola en la que “el joven rico debía vender toda su herencia y repartirla
entre los pobres, tomar su cruz y seguir a Cristo”)... ¡Todavía están esperando
que regrese!
Fíjese detenidamente en la aseveración que dice: “ninguna
fortuna se ha construido en base de la justicia y equidad, para todos. Puesto
que en caso contrario, ¡no habrían pobres!...
Otros arguyen: “que Dios los ha bendecido
abundantemente porque son exitosos en términos propios”... Pero no confiesan
los medios injustos por los que adquirieron sus bienes de capital, los
cuales incluyen, más tarde o más temprano, el robo, explotación, apropiación
indebida, engaño, retorcimiento de leyes, prebendas recibidas del poder de
turno, Etc... Todo lo cual obviamente, no es bendición de Dios.
En los años sesenta, los jóvenes involucrados en el
movimiento “hippie”, dimos una lección interesante al detectar la
descomposición del sistema y rebelarnos en su contra; por cuanto de manera
pacífica y pregonando “paz y amor”, simplemente “dispusimos no hacer nada que
obedeciera al mencionado orden de cosas”... Optando por vivir en “comunidades”
que se organizaron rudimentariamente -algo así como una especie de “monacato
moderno”-. Perversamente, (ya que hubo más de un aprovechado) que al detectar
que no hacían nada, buscó su propio beneficio, haciendo “negocios” con drogas,
amén de razonamientos materialistas y capitalistas en una conjunción tal, que
finalmente acabaron por destruir tan admirable movimiento, sociologicamente
hablando.
Fue aquella hermosa generación quien heredó entre
otras cosas: el buscar la paz y no la guerra (por la que existía en
Viet-Nam); dar amor a nuestros semejantes; una expresión musical inmortal, con
un giro en la expresión de la “trova romántica”, hacia la “trova protesta” y un
gigantesco torrente de sangre derramado por el delito “de actuar acorde a sus
ideales”.
En suma, buscaban hacer “un mundo de paz y
amor”, lo cual necesariamente implica la preponderancia del amor, dado por
la creación divina al hombre y a la mujer. Ello acrecentó el sentimiento de
solidaridad entre la humanidad, constituyéndose en una auténtica “piedra en
el zapato” para el capitalismo individualista, concebido en términos de
acumulación de bienes de capital a cualquier precio... Poco a poco (con la
implementación de la C.I.A. de las sectas neo-pentecostales) construyeron: “el
dios dinero”. Un dios, que podían tocar en su materialidad y en los bienes de
capital que les proporciona la anhelada (y aberrada) sensación humana de
“felicidad y éxito”, que fácilmente se trastoca en sinónimo de lujo, placer y
excentricidades (hay una “persona” –si se puede llamar así a alguien tan
aberrado- que posee hasta ¡un inodoro de oro!), mientras otras personas –estas
sí, por carecer de aberraciones- ¡mueren por carecer de lo indispensable!
Al final, cada cual ha
construido un dios del que se puede servir a conveniencia (si es que
alberga una concepción divina) o simplemente “lo tiene muy sin cuidado” el
asunto de Dios, por cuanto “está muy ocupado” en sus propios asuntos,
obteniendo bienes de capital, que le garanticen un “mejor confort”, sin que
para ello intervenga en lo absoluto el verdadero Dios.
Vemos como encaja la concepción materialista, señalada
ya desde el inicio y que fuera desarrollada por Marx y Engels, aplicada así, en
un sistema económico descrito por ellos mismos como: injusto... Y por nosotros,
que hemos analizado el asunto como pecaminoso, toda vez que sabemos que hay que
“dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.
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