domingo, 17 de noviembre de 2013

Lenguaje corto (20100427)

ORIFICIO

Lenguaje corto


Jolie Totò Ryzanek Voldan

Érase que el buen Dios decidió –ante la imperfección deliberada con que creó al ser humano– crear un ser destinado a brindar con hechos y palabras la enseñanza empírica de su misma constitución y definición: AMOR.
Para ello, dispuso dotarle de un cuerpo atrayente: para que pudiera ser copulado y, de esa manera, “continuar” Su gigantesca obra de amor llamada “Creación” (Esta es la razón, teológicamente hablando, para que el sexo sea siempre: “bendito de Dios”). Le dotó de una capacidad inmensa para soportar los dolores físicos y del alma… y la propensión al llanto, para que pudiera desahogar sus penas y sufrimientos –pues sabía lo que le aguardaba–. Le agregó un “toque” de abnegación, otro de paciencia y, finalmente, le puso uno de docilidad, para que pudiera cumplir eficazmente tan encomiable y silenciosa labor (mi abuelita me dijo, “Mira hija: después de Dios, solo la madre” – ¡Vaya que le acudía la razón! –).
Es acá cuando caigo en la cuenta que el lenguaje es corto para explicar de manera concisa y precisa cuanto son las madres, lo que se gozan con tus triunfos y, lo que sufren con tus fracasos… ¡hasta lloran por ti, cuando tú no estás o no las miras!, cuando están solas y se comunican con el alma con aquel buen Dios que les hizo así, cuando lloran silentemente para no ser escuchadas; cuando paciente y amorosamente te esperan en su vientre, cuando llenas de ilusión te paren y sus dolores desaparecen “mágicamente” al verte… porque saben dentro de ellas que han sido copartícipes de aquella inicial obra de amor y han llegado al culmen del propósito para el que fueron hechas así… y, aquel profundo sueño en que se sumen por el esfuerzo físico realizado se inicia cuando se ven así mismas arrullándote y queriéndote…
Es tal la grandeza que poseen intrínsecamente que, el lenguaje se queda corto para expresar la magnificencia y excelencia de tal ser.
A la madre que sufre y llora, que ama y siente, que te acompaña y aconseja, que te enseña y regaña, que te corrige y ama, que siendo dulce y amorosa, nunca pierde su feminidad y firmeza y asume gustosa el papel de la vida para el que fue creada…
A aquella madre ya ausente, cuyas enseñanzas practicas toda la vida.
A la madre que, aun con su último aliento, piensa en sus hijas e hijos.
La madre que en su lecho de muerte recomienda a sus hijos que no peleen y que se quieran.
¡A mi madre querida que tanto extraño!
A quien me acompañó durante toda su vida
a ella, quien me enseñó a tomar correctamente los cubiertos
y por quien yo también lloré tantas veces.

A aquella a quien confié mis cuitas y las llevó a su tumba
a la única que me amó incondicionalmente
a mi madre quien tanto me quiso y yo le amargué la vida.

A la extraordinaria maestra de la vida
a quien en mil pedazos rompí el corazón.
A esa mujer indescriptible y amorosa
que siempre me amó.

A ella, mi recuerdo y mi llanto
mis alegrías y desdichas
y mi ser completo.

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