ORIFICIO
Lenguaje corto
Jolie
Totò Ryzanek Voldan
Érase
que el buen Dios decidió –ante la imperfección deliberada con que creó al ser
humano– crear un ser destinado a brindar con hechos y palabras la enseñanza
empírica de su misma constitución y definición: AMOR.
Para
ello, dispuso dotarle de un cuerpo atrayente: para que pudiera ser copulado y,
de esa manera, “continuar” Su gigantesca obra de amor llamada “Creación” (Esta
es la razón, teológicamente hablando, para que el sexo sea siempre: “bendito de
Dios”). Le dotó de una capacidad inmensa para soportar los dolores físicos y
del alma… y la propensión al llanto, para que pudiera desahogar sus penas y
sufrimientos –pues sabía lo que le aguardaba–. Le agregó un “toque” de
abnegación, otro de paciencia y, finalmente, le puso uno de docilidad, para que
pudiera cumplir eficazmente tan encomiable y silenciosa labor (mi abuelita me
dijo, “Mira hija: después de Dios, solo la madre” – ¡Vaya que le acudía la
razón! –).
Es
acá cuando caigo en la cuenta que el lenguaje es corto para explicar de manera
concisa y precisa cuanto son las madres, lo que se gozan con tus triunfos y, lo
que sufren con tus fracasos… ¡hasta lloran por ti, cuando tú no estás o no las
miras!, cuando están solas y se comunican con el alma con aquel buen Dios que
les hizo así, cuando lloran silentemente para no ser escuchadas; cuando
paciente y amorosamente te esperan en su vientre, cuando llenas de ilusión te
paren y sus dolores desaparecen “mágicamente” al verte… porque saben dentro de
ellas que han sido copartícipes de aquella inicial obra de amor y han llegado
al culmen del propósito para el que fueron hechas así… y, aquel profundo sueño
en que se sumen por el esfuerzo físico realizado se inicia cuando se ven así
mismas arrullándote y queriéndote…
Es
tal la grandeza que poseen intrínsecamente que, el lenguaje se queda corto para
expresar la magnificencia y excelencia de tal ser.
A
la madre que sufre y llora, que ama y siente, que te acompaña y aconseja, que
te enseña y regaña, que te corrige y ama, que siendo dulce y amorosa, nunca
pierde su feminidad y firmeza y asume gustosa el papel de la vida para el que
fue creada…
A
aquella madre ya ausente, cuyas enseñanzas practicas toda la vida.
A
la madre que, aun con su último aliento, piensa en sus hijas e hijos.
La
madre que en su lecho de muerte recomienda a sus hijos que no peleen y que se
quieran.
¡A
mi madre querida que tanto extraño!
A
quien me acompañó durante toda su vida
a
ella, quien me enseñó a tomar correctamente los cubiertos
y
por quien yo también lloré tantas veces.
A
aquella a quien confié mis cuitas y las llevó a su tumba
a
la única que me amó incondicionalmente
a
mi madre quien tanto me quiso y yo le amargué la vida.
A
la extraordinaria maestra de la vida
a
quien en mil pedazos rompí el corazón.
A
esa mujer indescriptible y amorosa
que
siempre me amó.
A
ella, mi recuerdo y mi llanto
mis
alegrías y desdichas
y
mi ser completo.
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