miércoles, 6 de noviembre de 2013

El meollo de las reformas migratorias (20060307)

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ORIFICIO



El meollo de las reformas migratorias


Jolie Totò Ryzanek Voldan.



El tema en boga en estos días atañe a la falta de justicia en las dos propuestas de reforma migratoria que se debaten en las cámaras del Congreso estadounidense, por cuanto si bien es cierto, las dos propuestas pretenden regularizar la situación migratoria de millones de personas que residen ilegalmente en EE.UU., también es cierto que estas personas están en el país por razones diferentes a las de ser delincuentes o criminales; antes bien ¡HAN MIGRADO HACIA EL LUGAR QUE LES PERMITA SOBREVIVIR!, no en función de cuanto les puedan regalar, sino en función de poseer cuando menos una oportunidad de ganar el sustento diario que en su país de origen no poseen por la exclusión que les victimiza.
Sin embargo, el gobierno republicano de EE.UU., haciendo eco de la presión local e internacional propone la regularización a cambio de dinero; lo cual sería aceptable si se cobrara una suma razonable, pero pretenden cobrar una cantidad impagable y además desatar una persecución implacable contra aquellas personas cuyo único delito ha sido creer honradamente en el “sueño americano” de estar en un sitio que les garantice el trabajo honrado.
En suma, la posición gubernamental de EE.UU., es sumamente cuestionable en cualquier sentido que se le analice, por cuanto es inmoral cobrarle a una persona por vivir en el sitio que desee (recuerde que todo es de todos –Génesis 1, 26-30–) y nadie que se confiese “cristiano” tiene la autoridad moral para negarle el derecho a la vida donde le plazca a ningún otro de sus congéneres, sea cristiano o no.
Aparte de lo anterior, surge la interrogante en cuanto al aumento desproporcionado de la tasa a cobrar para la regularización de los inmigrantes, por cuanto para nadie es un secreto el desastroso estado de las finanzas norteamericanas, con un récord en su déficit fiscal (o sea que han gastado más de lo que han producido, sobre todo en la guerra de Irak) y pretenden aliviar la presión inflacionaria subyacente basándose en la necesidad de los inmigrantes; lo cual es igualmente inmoral, porque si bien es cierto son personas que están de manera ilegal en ese país, también es cierto que son parte integral de la economía, mediante su trabajo y tributos al fisco, amén de ser el principal sostén de muchas economías tercermundistas mediante el envío de remesas familiares a sus respectivos países, y que realizan muchas tareas que ¡deben hacerse!, además de las mil y una peripecias que deben vivir para no ser capturados por la Departamento de Migración.
En conclusión, el señor Bush no ha tenido empacho en llamarlos delincuentes (y con ello no negamos que alguno lo sea, pero ello no es representativo del grueso de inmigrantes) y desencadenar una cacería despiadada, cuando debió pensar inicialmente que nadie le ha nombrado como “Policía del mundo”. Que no es justo que mantenga al mundo en guerra para hacer crecer su propio peculio (ya que tampoco es secreto para nadie, que posee intereses económicos en la industria armamentista) y finalmente, que es completamente inmoral que le niegue a todo el mundo el derecho a vivir dignamente (en términos humanos y cristianos) por el mero hecho de ser el Presidente de Estados Unidos.
Es tiempo ya de reflexionar seriamente en cuanto a las consecuencias de llevar a la práctica una ideología que únicamente ha conseguido llevar odio, miseria y guerra a todo el mundo, incluyendo al propio.
Es tiempo señor Bush que lleve a la práctica sus creencias religiosas antes que las políticas, si no desea ser recordado como el más nefasto de todos los presidentes de la gran nación norteamericana y que sea echado “a sombrerazos” de la Iglesia (“Pueblo de Dios”, según el Concilio Vaticano II), a la cual pertenece.

Ya deje de hacerle la vida imposible a todos, ¡haga algo bueno, por el amor de Dios! y renuncie usted y su equipo, para que las decisiones que deben tomarse para rescatar al mundo de la ignominia, cesen, mediante la aplicación del orden de sucesión en la Presidencia de Estados Unidos.

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