ORIFICIO
Contra la terquedad
Jolie Totò Ryzanek Voldan.
El esquema feudal de la economía en el cual los súbditos
debían pagar tributo al señor feudal (quien era el propietario de las tierras
que habitaban) a cambio de protección y la prestación de los servicios
esenciales, en Guatemala no ha cambiado mucho, puesto que poseemos una
(ineficiente) Policía Nacional Civil y un (inservible para fines prácticos)
Ejercito; una Municipalidad (que “algo” hace) y un (enorme) Estado
burocratizado que se pliega de una u otra forma a los intereses de los “señores
feudales” (llamados: empresarios) actuales; son el ejemplo claro del
planteamiento inicial presentado.
Si añadimos a estas consideraciones el crecimiento
poblacional que poseemos y la resistencia obcecada de sectores recalcitrantes
en torno a que los jóvenes reciban orientación en cuanto a Educación Sexual y
Derechos Humanos, el panorama guatemalteco cobra tintes dantescos, por cuanto
el resultado final del fenómeno social desemboca en lo que somos: Un país con
un gran potencial económico que está pesimamente distribuido, una inmensa
población de personas ignorantes y poco preparadas para producir satisfactores
para todos, un territorio pequeño y un monstruoso Estado que “nos chupa la
sangre” a cambio de casi nada.
Adicionalmente, poseemos leyes casi para cualquier cosa y
un Congreso que se la pasa “tirándose los platos por la cara” para retardar las
discusiones urgentes que debieran ocupar su tiempo.
Entre las discusiones urgentes que se han soslayado están
algunas tan necesarias para la coexistencia armoniosa de todos los ciudadanos,
que realmente merecen todo tipo de consideración en virtud de sus implicaciones
jurídicas, políticas y sociales; siendo ellas:
·
Ley de protección a las
personas de la diversidad sexual guatemalteca
·
Ley que suprima la
“clasificación” dicotómica de los habitantes en: masculino y femenino (o
cualquiera de sus sinónimos), por carecer de fines prácticos para la
cotidianeidad de la vida en igualdad y, porque mientras no se haga efectiva,
persistirá y se fomentará la discriminación de las personas con una orientación
sexual “diferente”.
Lo anterior, desde luego, suena tendencioso y
malintencionado, pero ¿será posible que tantos países del mundo se hayan
“equivocado” en sus legislaciones?… ¿acaso no seremos nosotros los equivocados?
Es imperativo tomar en serio estas consideraciones, porque
ya se preguntó: ¿para fines prácticos de qué le ha servido su clasificación
genérica (masculino o femenino)? Para el caso de los integrantes de la
diversidad sexual es realmente un “verdadero dolor de cabeza”, por cuanto los
hay con un aspecto totalmente femenino y tienen que identificarse legalmente
con nombre masculino y otros con un aspecto muy masculino que lo deben hacer con
nombre femenino; en ambos casos, y desde ese preciso momento, reciben todo tipo
de manifestaciones en su contra, que van desde la risa hasta los peores
vejámenes (muerte incluida).
Lo peor de todo este asunto estriba en que la población
en general sigue aumentando, y con ella, también las personas con orientaciones
sexuales diferentes, generándose una especie de círculo vicioso que
inicialmente posee la implicación moral de “tener que mentir”, lo cual, de suyo,
rompe el esquema de la honestidad y sinceridad, con sus consecuencias
psicológicas; naturalmente, hasta que tiene el valor de hacerlo público: luego
de ser conocidos con un sexo y decir “que vivirán como del otro sexo” y aceptar
de alguna manera, que serán vejados, discriminados y excluidos del aparato productivo
nacional y con ello, las consecuencias económicas, políticas y sociales del
caso.
Además, la mentira tiene otra dimensión de carácter
social que pocos tienen en consideración, por cuanto la doble moralidad
prevaleciente en nuestra sociedad fomenta intrínsecamente una subcultura de
discriminación, abierta o solapada, que tiende a “inculpar” a otra persona por
algo que no ha sido de su elección (su sexualidad), con el agravante de
“obligarle” a continuar en el juego de la mentira para evitar el rechazo (actitud
que la Iglesia Católica clasifica como “pecado estructural o social”).
Adicionalmente, las implicaciones que posee el asunto
van, incluso, bastante más allá de lo expuesto, ya que aunque raramente se
realiza un censo poblacional, se tiene una apreciación completamente errada de
la población desde la base de datos obtenida y sus futuras proyecciones, ya que
no se incluyó una pregunta en cuanto a la sexualidad de los censados, y con
ello se hace evidente la falsedad de la clasificación vigente (masculino o
femenino), por cuanto se pueden tener genitales de un sexo y vivir y/o ser del
otro sexo (sé de casos que hasta odian el tener los genitales que poseen). Me
pregunto, ¿De qué sirve ser clasificado por los genitales que se posee?, si
dicha información carece de fines prácticos y, peor aún, es una información que
es falsa per se, ya que se clasifica
a las personas como de un género, y realmente pueden ser integrantes del otro
género.
Realmente el asunto posee muchas aristas que estamos
dispuest@s a discutir y analizar de manera seria y consecuente, en virtud de
tener “entre manos” un problema multidisciplinario y polifacético; el caso es
que hay un gran número de personas que “deben” mentir durante toda su vida, y,
quienes no lo hacemos, somos victimizad@s por una sociedad “educada”
(¿domesticada?) en un sistema anacrónico y disfuncional para la vida armoniosa
que debiéramos tener en sociedad.
Quizá la conclusión de esta pequeña (realmente muy
pequeña) exposición sea el señalar que desde que la humanidad posee memoria
histórica (tiempos bíblicos y de la Antigua Grecia) existe en el mundo una
parte de la población mundial que ha sido víctima de discriminación por razones
de género (como pomposamente se le llama hoy en día al asunto). Que debemos
hacer “algo” para contener y detener ese proceder a todas luces cruel e
inhumano que atenta en contra de los propios Derechos Humanos.
Por eso, creo, que este aporte deba ser tomado en
consideración por los entes involucrados y la sociedad en su conjunto, ya que
difícilmente habrá una familia que no tenga cuando menos, una persona que esté
directamente incluida dentro de la diversidad sexual. Y teniendo en cuenta que
todas y todos debemos aportar lo mejor de nosotras(os) para la consecución de
fines sociales, me permití sugerir la discusión y pronta promulgación de las
leyes expuestas.
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