sábado, 16 de noviembre de 2013

Contra la terquedad (20091113)

ORIFICIO

Contra la terquedad

Jolie Totò Ryzanek Voldan.

El esquema feudal de la economía en el cual los súbditos debían pagar tributo al señor feudal (quien era el propietario de las tierras que habitaban) a cambio de protección y la prestación de los servicios esenciales, en Guatemala no ha cambiado mucho, puesto que poseemos una (ineficiente) Policía Nacional Civil y un (inservible para fines prácticos) Ejercito; una Municipalidad (que “algo” hace) y un (enorme) Estado burocratizado que se pliega de una u otra forma a los intereses de los “señores feudales” (llamados: empresarios) actuales; son el ejemplo claro del planteamiento inicial presentado.
Si añadimos a estas consideraciones el crecimiento poblacional que poseemos y la resistencia obcecada de sectores recalcitrantes en torno a que los jóvenes reciban orientación en cuanto a Educación Sexual y Derechos Humanos, el panorama guatemalteco cobra tintes dantescos, por cuanto el resultado final del fenómeno social desemboca en lo que somos: Un país con un gran potencial económico que está pesimamente distribuido, una inmensa población de personas ignorantes y poco preparadas para producir satisfactores para todos, un territorio pequeño y un monstruoso Estado que “nos chupa la sangre” a cambio de casi nada.
Adicionalmente, poseemos leyes casi para cualquier cosa y un Congreso que se la pasa “tirándose los platos por la cara” para retardar las discusiones urgentes que debieran ocupar su tiempo.
Entre las discusiones urgentes que se han soslayado están algunas tan necesarias para la coexistencia armoniosa de todos los ciudadanos, que realmente merecen todo tipo de consideración en virtud de sus implicaciones jurídicas, políticas y sociales; siendo ellas:

·         Ley de protección a las personas de la diversidad sexual guatemalteca
·         Ley que suprima la “clasificación” dicotómica de los habitantes en: masculino y femenino (o cualquiera de sus sinónimos), por carecer de fines prácticos para la cotidianeidad de la vida en igualdad y, porque mientras no se haga efectiva, persistirá y se fomentará la discriminación de las personas con una orientación sexual “diferente”.

Lo anterior, desde luego, suena tendencioso y malintencionado, pero ¿será posible que tantos países del mundo se hayan “equivocado” en sus legislaciones?… ¿acaso no seremos nosotros los equivocados?
Es imperativo tomar en serio estas consideraciones, porque ya se preguntó: ¿para fines prácticos de qué le ha servido su clasificación genérica (masculino o femenino)? Para el caso de los integrantes de la diversidad sexual es realmente un “verdadero dolor de cabeza”, por cuanto los hay con un aspecto totalmente femenino y tienen que identificarse legalmente con nombre masculino y otros con un aspecto muy masculino que lo deben hacer con nombre femenino; en ambos casos, y desde ese preciso momento, reciben todo tipo de manifestaciones en su contra, que van desde la risa hasta los peores vejámenes (muerte incluida).
Lo peor de todo este asunto estriba en que la población en general sigue aumentando, y con ella, también las personas con orientaciones sexuales diferentes, generándose una especie de círculo vicioso que inicialmente posee la implicación moral de “tener que mentir”, lo cual, de suyo, rompe el esquema de la honestidad y sinceridad, con sus consecuencias psicológicas; naturalmente, hasta que tiene el valor de hacerlo público: luego de ser conocidos con un sexo y decir “que vivirán como del otro sexo” y aceptar de alguna manera, que serán vejados, discriminados y excluidos del aparato productivo nacional y con ello, las consecuencias económicas, políticas y sociales del caso.
Además, la mentira tiene otra dimensión de carácter social que pocos tienen en consideración, por cuanto la doble moralidad prevaleciente en nuestra sociedad fomenta intrínsecamente una subcultura de discriminación, abierta o solapada, que tiende a “inculpar” a otra persona por algo que no ha sido de su elección (su sexualidad), con el agravante de “obligarle” a continuar en el juego de la mentira para evitar el rechazo (actitud que la Iglesia Católica clasifica como “pecado estructural o social”).
Adicionalmente, las implicaciones que posee el asunto van, incluso, bastante más allá de lo expuesto, ya que aunque raramente se realiza un censo poblacional, se tiene una apreciación completamente errada de la población desde la base de datos obtenida y sus futuras proyecciones, ya que no se incluyó una pregunta en cuanto a la sexualidad de los censados, y con ello se hace evidente la falsedad de la clasificación vigente (masculino o femenino), por cuanto se pueden tener genitales de un sexo y vivir y/o ser del otro sexo (sé de casos que hasta odian el tener los genitales que poseen). Me pregunto, ¿De qué sirve ser clasificado por los genitales que se posee?, si dicha información carece de fines prácticos y, peor aún, es una información que es falsa per se, ya que se clasifica a las personas como de un género, y realmente pueden ser integrantes del otro género.
Realmente el asunto posee muchas aristas que estamos dispuest@s a discutir y analizar de manera seria y consecuente, en virtud de tener “entre manos” un problema multidisciplinario y polifacético; el caso es que hay un gran número de personas que “deben” mentir durante toda su vida, y, quienes no lo hacemos, somos victimizad@s por una sociedad “educada” (¿domesticada?) en un sistema anacrónico y disfuncional para la vida armoniosa que debiéramos tener en sociedad.
Quizá la conclusión de esta pequeña (realmente muy pequeña) exposición sea el señalar que desde que la humanidad posee memoria histórica (tiempos bíblicos y de la Antigua Grecia) existe en el mundo una parte de la población mundial que ha sido víctima de discriminación por razones de género (como pomposamente se le llama hoy en día al asunto). Que debemos hacer “algo” para contener y detener ese proceder a todas luces cruel e inhumano que atenta en contra de los propios Derechos Humanos.

Por eso, creo, que este aporte deba ser tomado en consideración por los entes involucrados y la sociedad en su conjunto, ya que difícilmente habrá una familia que no tenga cuando menos, una persona que esté directamente incluida dentro de la diversidad sexual. Y teniendo en cuenta que todas y todos debemos aportar lo mejor de nosotras(os) para la consecución de fines sociales, me permití sugerir la discusión y pronta promulgación de las leyes expuestas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario