lunes, 17 de agosto de 2015

Editorial 8 (20150817)

EDITORIAL 8   (20150817)

El enemigo número 1

Hoy que asistimos con mucha preocupación a una vida en sociedad que poco a poco se torna más anárquica, toda vez que como resultado de la corrupción, vemos que los tentáculos de tal mal, cada vez están más enraizados en los funcionarios de turno. Vemos igualmente que poco a poco, el interés está dirigido al aumento de los ingresos de los funcionarios, y que poco o nada importan los intereses patrios, ecologistas, judiciales y hasta electorales.
Asistimos a un sepelio del Estado de Derecho que debiera imperar en nuestra sociedad, porque la descomposición moral parece no tener límites, como no lo tiene la voracidad de los funcionarios, a quienes les importa tan solo su enriquecimiento y todo lo demás no. Los ejemplos abundan y retumban en nuestros oídos de tal manera que para muchos, ya son parte del ruido citadino, ya se han vuelto parte de nuestro diario vivir, y, uno más o uno menos, ya prácticamente, no nos importa.
Cada cual sigue con lo suyo y realmente somos pocos quienes tenemos la esperanza que las cosas cambien para bien y ya no sigamos como estamos: cada vez peor…
Pero al parecer, el mal no es solamente nuestro, porque las protestas populares no son exclusivas de nuestro país, también las hay en Bolivia, Brasil, y en nuestra hermana república de Honduras… lo cual nos da pie a pensar que hay algo malo que nos afecta a todos por igual. ¿Su nombre?: CORRUPCIÓN.
Este flagelo ha logrado que los puestos con poder de decisión de todos los gobiernos, se disputen hasta con los dientes, y que para obtenerlos se vale hasta matar.
Porque indistintamente del puesto que se ejerza a nivel gubernamental o del organismo (Ejecutivo, Legislativo o Judicial) en que se labore, lo que menos importa es el pueblo y la patria, porque saben que son puestos que jamás volverán a ostentar en su vida y por ello, han da aprovechar su estadía en el puesto, para “asegurar” su futuro y el de su familia.
La probidad, justicia y el desarrollo de una buena gestión quedan pues para ser pasadas “por el arco del triunfo” y automáticamente son olvidadas en todos los niveles del hacer gubernamental.

Resulta pues que el enemigo somos nosotros mismos al ser parte de un mundo consumista que nos impele a cada vez tener y desear más, lo cual no sería tan malo, si para lograrlo se ha de delinquir contra nuestros propios hermanos y contra la patria.

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